La escuela es una de las realidades más transformadas por la globalización y la revolución tecnológica. Pasear por el Gimnazjum Número 1 M. Roberta Shumana, en la calle Tyniecka 25, permite comprobar cuanto se parecen los alumnos polacos y los españoles y cuanto se diferencian de sus padres en la forma de entender la vida y el mundo. Sentados en el último banco de una clase de matemáticas, vemos como se explica geometría con procedimientos anteriores a la caída del muro y como se termina la sesión con un juego de verdadero y falso en la pizarra digital. El pasado y el futuro son parte de un sandwich esquizofrénico. Smart phones, vuelos low cost, Zara, H&M, exámenes Pisa, Walking Dead, Frozen, Katy Perry y Pharrel William, el Fifa15, el proyecto Comenius y las aspiraciones de alcanzar el B2 de Inglés. Se amplía el marco de referencia y aumentan las turbulencias. El turbocapitalismo del siglo XXI ha ampliado el campo de batalla y la competencia es ya global. La escuela, como la ciudad, la familia, la tecnología, el amor, la política, la geografía y otras realidades transita por un mar de cambios y sacudidas que están trasformando su ADN; mientras, los profesores perplejos, intentamos mantener el rumbo sin saber si la brújula y los mapas son ya los adecuados.
El sistema educativo polaco tiene vocación de competir mientras en el español aún pesa la voluntad de integrar a todos los alumnos tan extraña a las lógicas del mercado. Sentados en ese pupitre final de la clase de matemáticas parece, unas veces, que estemos en el pasado: papel diferenciado, poderoso y muy institucional de la directora con respecto al profesorado, clases de Educación Física de chicas por un lado y chicos por otro, un cura con sotana, etc; y otras, por el contrario, parece como si estuviéramos visitando nuestro futuro: exámenes externos al final de la secundaria y bachiller; competencia entre centros que eligen a sus alumnos y posibilidades de éstos de especializarse en idiomas, ciencias,… en función de su posición en el ranking. En Polonia a los alumnos que les van bien las cosas les va muy bien porque se concentran en ellos muchos recursos mientras que a los que les van mal en el proceso de educación-aprendizaje parece que sólo les resta esperar a cumplir la edad para desaparecer.