La Historia es un gas inflamable, se puede ignorar, ningunear, aislar pero al final termina apareciendo en unas casas apunto de desplomarse en el barrio de Praga, en un cruce de calles que parece anónimo, en el ático de una casa de un barrio burgués donde el pianista Wladyslaw Szpilman estuvo refugiado, en una calle de adoquines por donde un puente conectaba el pequeño gueto y el gran gueto. En el cementerio judío nos encontramos con la tumba de Zamenhof, un soñador polaco, súbdito del imperio ruso, que se esforzó por elaborar un idioma universal, el Esperanto, para ayudar a la armonía y comunicación de los pueblos.

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La historia de Varsovia guarda mucho dolor en sus arrugas y es fácil encontrar entre sus edificios, calles, parques y plazas recuerdos de actos valientes y de tragedias. El Museo del Levantamiento es un canto al heroísmo polaco y a todos esos jóvenes que se atrevieron a enfrentarse a la maquinaria nazi. El museo judío es otra cosa, construido hace un año y con vocación interactiva, es un intento institucional de honrar al pueblo judío, evitando subrayar la brutalidad del holocausto. Hay que estar aquí para darse cuenta de que el tema es ambivalente, poliédrico y ambiguo. Los polacos no siempre se mostraron solidarios con los judíos, también hubo delaciones, insensibilidad, miserias, cobardías. Resulta menos conflictivo llevar a los alumnos al Museo de las Ciencias Kopernico, uno de los mejores en su género, que tener que enfrentarse con estas contradicciones.

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Todo el brutalismo de la arquitectura que se impuso en los sesenta configura la ciudad mientras toda la anarquía capitalista de rascacielos, centros comerciales y edificios de estética dudosa que explosionó tras la caída del muro se concentran en torno al Palacio de la Cultura y la Ciencia.

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Después de estos días en Varsovia no hay duda de que Juan Pablo II fue para muchos polacos más importante que Elvis. Preguntar por las huellas de la dominación soviética es un signo de hostilidad. El conflicto de Ucrania les recuerda todo los días que la Guerra Fría, que creíamos un capítulo triste más de nuestra historia del Siglo XX, se puede recalentar en cualquier momento. Qué se vayan preparando nuestros compañeros polacos para cuando se acaben los fondos estructurales que le inyecta la Unión Europea porque los Estadios de Fútbol Nacionales, las líneas de metro modernas con pocos usuarios y los edificios de oficinas para alquilar suelen dar muy poco empleo.

cronicas3_1redLa escuela es una de las realidades más transformadas por la globalización y la revolución tecnológica. Pasear por el Gimnazjum Número 1 M. Roberta Shumana, en la calle Tyniecka 25, permite comprobar cuanto se parecen los alumnos polacos y los españoles y cuanto se diferencian de sus padres en la forma de entender la vida y el mundo. Sentados en el último banco de una clase de matemáticas, vemos como se explica geometría con procedimientos anteriores a la caída del muro y como se termina la sesión con un juego de verdadero y falso en la pizarra digital. El pasado y el futuro son parte de un sandwich esquizofrénico. Smart phones, vuelos low cost, Zara, H&M, exámenes Pisa, Walking Dead, Frozen, Katy Perry y Pharrel William, el Fifa15, el proyecto Comenius y las aspiraciones de alcanzar el B2 de Inglés. Se amplía el marco de referencia y aumentan las turbulencias. El turbocapitalismo del siglo XXI ha ampliado el campo de batalla y la competencia es ya global. La escuela, como la ciudad, la familia, la tecnología, el amor, la política, la geografía y otras realidades transita por un mar de cambios y sacudidas que están trasformando su ADN; mientras, los profesores perplejos, intentamos mantener el rumbo sin saber si la brújula y los mapas son ya los adecuados.cronicas3_2red

El sistema educativo polaco tiene vocación de competir mientras en el español aún pesa la voluntad de integrar a todos los alumnos tan extraña a las lógicas del mercado. Sentados en ese pupitre final de la clase de matemáticas parece, unas veces, que estemos en el pasado: papel diferenciado, poderoso y muy institucional de la directora con respecto al profesorado, clases de Educación Física de chicas por un lado y chicos por otro, un cura con sotana, etc; y otras, por el contrario, parece como si estuviéramos visitando nuestro futuro: exámenes externos al final de la secundaria y bachiller; competencia entre centros que eligen a sus alumnos y posibilidades de éstos de especializarse en idiomas, ciencias,… en función de su posición en el ranking. En Polonia a los alumnos que les van bien las cosas les va muy bien porque se concentran en ellos muchos recursos mientras que a los que les van mal en el proceso de educación-aprendizaje parece que sólo les resta esperar a cumplir la edad para desaparecer.

Stalin, el Gran dictador de la pesadilla roja, decidió un día que si el cielo de Berlín tenia ángeles el de Varsovia tendría una torre hasta las estrellas. En 1952 empezaron las obras y en 1955 se inauguró un edificio de 236 metros y 3000 habitaciones; El Palacio de la Cultura y la Ciencia se convertía con su gigantismo hiperbólico en uno de los ejemplos más puros de la arquitectura del poder. Es comprensible que esa afirmación de la dominación soviética no gustara al pueblo polaco pero, pasadas tres décadas, el edificio ha ido ganando nuevos significados y es ya visto como el gran símbolo de una ciudad que disfruta de la ayuda de los fondos de desarrollo regional europeo. La torre entre neoyorkina, neoclásica y pastiche organiza en torno a ella el horizonte de una ciudad que se esfuerza por olvidar lo peor de su pasado.

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El Palacio de Cultura y la Ciencia tiene en su primera planta un teatro como la Scala de Milan con capacidad para 2880 personas. En 1967 los Rolling Stone dieron allí un concierto; fue en ese momento cuando un trabajador de los astilleros Lenin de Gdnask, Lech Waleça, y un sacerdote nacido en Wadowice, Karol Wojtyla, comprendieron que el futuro de Polonia sería capitalista o no sería.

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Varsovia es ciudad horizontal donde el cielo y el suelo se confunden muy pronto. Los edificios de cemento se repiten aburridos a ambos lados de la avenida; son construcciones que querían ser sociales y se quedaron en tristes en su geometría sin adornos. Hay tanto vacío entre fincas que parece que la realidad este aún por terminar. Si de repente sopla el viento, la vida se vuelve hostil y los tranvías amarillos que recorren el centro de la avenida se llenan de resignación fría y caras enrojecidas. Varsovia se viste con ropa modesta y caras de cansancio pero se nota en los jóvenes que hace tiempo que Zara llegó al centro comercial.

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Hoy hemos llegado a Varsovia, después de una noche casi sin dormir y del viaje en avión desde Alicante hasta el aeropuerto de Modlin, al norte de Varsovia. Las familias y los alumnos polacos, nos esperaban en el centro de Varsovia, junto a la altísima torre del Palacio de Cultura. Desde allí, cada uno se fue a la casa donde va a pasar esta semana. (más…)