Cada semana de Adviento encendemos una vela de un color diferente que tiene un significado.
Hoy, en la tercera semana de Adviento, encendemos la vela de color rojo, el color del amor. Rojo que combinado con el color blanco, que simboliza la Paz, da lugar al rosa que significa Alegría.
La alegría cristiana, es un estado del alma; más que un sentimiento, es una postura ante la vida.
El “rosa de la alegría” es una alegría activa, fruto de una actitud positiva y generosa. De hecho es capaz de convivir con situaciones difíciles o dolorosas. Porque la alegría cristiana, es un estado del alma; más que un sentimiento, es una postura ante la vida, es el resultado de un corazón bueno.
El “rosa de la alegría” requiere el rojo, como nuestra vela, que suele asociarse al amor. La alegría cristiana exige el amor como primer ingrediente. Se puede tener todo lo demás; si falta el amor, jamás habrá alegría.
Además, el “rosa de la alegría” necesita el blanco de la paz, la paz que llevamos en nuestros corazones. Sin paz no hay alegría. Es tan esencial la paz para la alegría que muchas veces intercambiamos las dos palabras como si fuesen sinónimos: decimos que estamos alegres cuando estamos en paz.
La alegría cristiana es una sabia combinación de “colores del espíritu” que están siempre a disposición de nuestra Fe. Porque el amor y la paz, aunque parezcan a veces tan lejanos, están más cerca de lo que parecen. El Adviento es un tiempo para abrir los ojos y descubrir que esos colores están ahí y que tenemos en nuestra mano los pinceles que dan color a nuestra Fe.
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